Estábamos en silencio porque el más sabio de todos
estaba hablando. No recuerdo bien el tema, pero sí que estaba frente a todos,
explicando algo. Hacía calor ese día. O sea, por la mañana hizo frío, pero
luego salió el sol y el calor era molesto. Quizá por eso, no lograba
concentrarme en lo que él decía.
Fue entonces que me percaté que el más sabio de
todos tenía unas gotas de sudor. Le bajaban por la frente, según recuerdo.
Trataba de concentrarme en lo que él decía, pero no lo lograba. Miraba los
libros sobre la mesa, un afiche en la pared de la universidad… cualquier cosa,
realmente.
Y claro, fue entonces que me fijé en lo abrigado
que estaba aquel que nos hablaba. Debía haber ido abrigado por el frío de la
mañana, pensé, pero ahora estaba sudando, mientras hablaba.
Pasaron así varios minutos.
¿Este es el
más sabio de nosotros?, me pregunté entonces. Porque si lo era, resultaba
que esa sabiduría no tenía nada que ver con el mundo… ni con nosotros, realmente.
Observé a quienes lo rodeábamos, todos un poco
cansados y quizá todos desconcentrados pues el calor era insoportable.
Me tomó todavía unos minutos darme cuenta lo fácil
que era irse de aquel lugar.
Fui entonces hasta una botillería y compré un par
de cervezas heladas.
Nunca volví a escuchar a un tipo sabio, en la
universidad.
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