Reúnes –no sabes bien por qué-, una serie de
elementos sobre la mesa.
Un trozo de vidrio, un globo azul, un libro de la
Yoshimoto.
Un disco de la Spektor, un reloj detenido, una
postal con un cuadro de Magritte.
Y claro, también hay muchas otras cosas que me
abstengo de nombrar.
Entonces –movido quién sabe por qué impulso-, las
ordenas mentalmente formando una serie de grupos.
De hecho, llegas a imaginar la posición que, sobre
la mesa, podrían ir adoptando aquellos elementos.
Ocupas unos cuantos minutos en aquel proceso.
Pocos minutos, después de todo.
Entonces, te preparas un café.
Lo tomas viendo una película japonesa de los años
treinta.
Luego, ves los goles de la jornada del mundial.
Nada muy espectacular, por cierto.
Apagas la tv.
Vuelves a observar las cosas sobre la mesa.
Tratas de darle algún sentido.
Más allá del orden, me refiero.
Y es que si lo piensas un momento, resulta que esas
son tus cosas.
Es decir, fueron parte de algo… aunque ahora no
tengan sitio.
Tratas de verlas, entonces, fuera de ahí.
Recordarlas fuera de ahí…
Te esfuerzas incluso, pero no consigues hacerlo
Por último, para ayudarte en este proceso, decides
tomar aquellas cosas.
Palparlas, me refiero, sentirlas cerca.
Así, estiras una de tus manos hacia ellas.
Pero tu mano atrapa el aire.
Y ni siquiera es aire.
Confuso, tratas de verte a ti mismo, fuera de ahí.
Estiras, nuevamente, las manos.
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