domingo, 1 de junio de 2014

Una casa con gallinas.



La vimos en el cerro, de casualidad, mientras avanzábamos.

Una casa grande, me refiero, casi abandonada.

Unos muebles deteriorados, aberturas en el techo… cosas de ese estilo.

Y claro, tres gallinas blancas sobre la mesa del comedor.

Poco más.

Mientras, buscamos en los dormitorios e intentamos dar aviso de nuestra presencia.

No encontramos a nadie.

Nadie salvo las tres gallinas blancas, por supuesto.

La situación me pareció extraña.

Es decir, yo pensaba en las gallinas y ellas simplemente cacareaban.

Así, para pensar mejor, me senté en una silla y sin querer aplasté un huevo.

Las gallinas me miraron de inmediato.

Es más, dejaron de cacarear y me miraron.

Una de ellas era la madre de aquel huevo, pensé.

Esa tenía razón en molestarse.

Las otras dos me acusaban sin motivo.

Entonces, me esforcé por mirar de frente a aquellas dos.

No sé si habré elegido bien, pero no me parecieron tan molestas.

Eran las dos de la derecha.

La otra, en tanto, decidí no mirarla.

Tras unos minutos, cambiaron de posición sobre la mesa.

Ahora las falsas me parecieron las dos de la izquierda.

Luego volvieron a cambiar y estoy seguro que esta vez las falsas estaban a los costados de la verdadera.

El huevo ya se había secado en la ropa y en la silla.

El día también, de cierta forma.

3 comentarios:

  1. El huevo debió haber sido puesto hace poco. Evidentemente dejaron de cacarear, porque lo hacen cuando lo ponen y lo empollan, no cuando se los aplastan... o algi asi... la verdad es que no se ni que estoy escribiendo, porque tampoco ni siquiera se si estoy despierta o estoy durmiendo. Sakudos Gene

    ResponderEliminar

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales