martes, 17 de junio de 2014

No saber para qué se vive.



Envidio a la pared del patio cuando recibe el sol.

Envidio a la pared del patio cuando se moja por la lluvia.

Envidio a la pared del patio cuando trepan por ella algunos bichos o se le posa un pájaro.

Envidio a la pared del patio cuando descubro que está creciendo musgo, desde su base.

Envidio a la pared del patio porque no espera nada de los otros y brinda sombra sin saberlo.

Envidio a la pared del patio porque acaricia transparente a todo aquel que la acaricia.

Envidio a la pared del patio porque es, tal vez, un corazón dormido.

Envidio a la pared del patio porque acepta la vida sin reparos, y así la comprende.

Envidio a la pared del patio porque la vida se le encarama como si fueran niños.

Envidio a la pared del patio porque sabe poquito y porque todo lo olvida.


¡Qué mayor belleza que no saber para qué se vive…!

¡Qué mayor belleza que nunca preguntárselo…!


Envidio a la pared del patio porque no se ha cuestionado el sentido de sí misma y de las cosas.

Envidio a la pared del patio porque a ella le debe ser más fácil creer en Dios.

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