Siempre que enciendo un fósforo se me olvida para qué lo prendo.
A veces, incluso, el fósforo se consume hasta quemarme los dedos.
Por suerte, estoy con otros, que
me recuerdan el quehacer.
Un amigo, por ejemplo, me recordó sobre unas velas, que estaba encendiendo.
Y otro amigo, por su parte, me recordó la mecha del explosivo, que
estaba junto a mis pies.
Con todo –admito-, están en su derecho de no considerar su gravedad.
Y hasta dejaré que se burlen algunos, pues más adelante pagarán el
precio…
No sé si se entiende.
Y es que no lo digo por justicia, después de todo.
Tampoco lo digo como advertencia o parte de un protocolo.
Lo planteo más bien como un ejemplo…
O como otro fósforo que enciendo, para iluminar quién sabe qué.
Entonces, miro la llama avanzar rápidamente hacia la base.
Y percibo el leve dolor del fuego, al rozar contra mi piel.
Y es que todo así, de pronto, me parece fósforo encendido.
¡Olor a fósforo encendido…!
Y claro… de vez en cuando un sobresalto.
Y claro… de vez en cuando alguien invoca a Dios.
Se apaga un fósforo…
Un perro ladra en la distancia.
O tal vez es otro fósforo encendido, quién sabe para qué.
Te haz comido alguna vez la pólvora de un fósforo?
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