domingo, 10 de noviembre de 2013

Vendo juguetes de Thomas, la locomotora.


Los vendo porque me hacen mal. Porque ir siempre sobre rieles no puede ser un mensaje para niños. No están usados, por cierto. Fueron comprados para mi hijo, pero nunca se los entregué, finalmente. De hecho, no se han sacado de la caja. En la caja sale Thomas, saliendo de la estación, mirando de frente… ¡Pobre Thomas! Nunca ha puesto sus pies directamente sobre la tierra. Tampoco ha entrado al mar. Es obediente, eso sí. Es azul y tiene el número 1. Está hecho de metal. Vive en una isla y anda sobre rieles. Entre los juguetes viene Thomas –en diversos tamaños-, y varios de sus amigos. Incluso viene un mapa de la isla. La isla se llama Sodor, dice el mapa. El mar que Thomas no ha tocado la bordea. En esa isla, Thomas mueve carros de un lado otro. Los carros siempre son iguales y también tienen nombres. Nadie sale de esa isla. Si uno se fija, de hecho, no tiene aeropuerto y los pequeños muelles que aparecen en el mapa solo comercian entre ellos… ¡Pobre Thomas! Si un día arma sindicato y pide vacaciones no podrá alejarse del trabajo. Por eso vendo estos juguetes. Porque los rieles me recuerdan esos juegos que adormecen. ¡Pobre Thomas…! Ojalá descarrile. Ojalá quede volteado, pero vivo botado sobre el césped. Que se llene de bichos, de musgo… de cosas vivas...

Dicho esto… ¡olvídense de la venta…! Mejor lo haré descarrilar en la nieve, en el agua, en lo alto de una montaña…

Nada de rieles, Thomas…  

Nada de horarios preestablecidos

Conviértete de verdad, en un juguete para niños.

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