martes, 5 de noviembre de 2013

Un hombre pegándole a la noche.



Vi un hombre pegándole a la noche.

En una calle a media luz, en medio de la ciudad.

Hubiese sido fácil decir que era un borracho.

Alguien que había bebido de más.

Alguien confundido.

Hubiese sido fácil, pero era un hombre, ante todo, pegándole a la noche.

Un hombre.

Y aunque su causa era perdida.

Y aunque la oscuridad no parecía debilitarse en lo más mínimo.

Me pareció que aquella era una causa justa.

Y decidí unirme a él en la refriega.

También estaba borracho, es cierto.

Pero de cierta forma yo también, era ahora un hombre pegándole a la noche.

Lancé mis mejores golpes.

Los brazos se cansaban.

La respiración se iba.

Entonces, justo cuando estaba por caer, apareció un tercer hombre.

Y luego que cayó el primero, apareció también un cuarto.

No nos dijimos palabra.

Descansé por un momento, mientras los otros relevaban.

Luego volví a embestir.

También volvió a levantarse el primero.

Así, nunca dejamos de golpear al menos dos.

Paró por momentos el tercero.

Luego el cuarto.

Si quedaba uno íbamos a perder, posiblemente.

Teníamos que ser al menos dos, pensaba.

Llegó entonces un quinto.

Y un sexto.

Volvimos a relevar.

Mi brazo izquierdo no respondía y el derecho se movía cada vez con menos fuerza.

El tercer hombre cayó de bruces tras lanzar un golpe furibundo.

El primero parecía llorar mientras golpeaba.


Entonces amaneció.

La luz era tibia, como un bálsamo.

Bajamos los brazos.

Nos ordenamos las ropas.

Vencimos.

Con todo, regresará la noche.

Necesitaremos de usted, para la próxima.

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