Hacemos fila para subir
a los autitos chocadores.
Ya ni sé por qué nos gusta.
Todos estamos al sol.
Algunos tienen bebidas y de esa forma
se refrescan.
Otros renuncian a la fila,
aunque aparentemente
no están muy convencidos.
Yo tomo una cerveza.
Estamos en una feria de barrio
así que está permitido.
Debe ser mi octava cerveza.
Los autitos no dejan de chocar
y de arrojar chispas.
Hay un auto azul con amarillo
que parece ser el más fuerte.
Yo lo elijo desde antes.
Ese es mi auto, comento.
La gente no hace caso.
Hay un par de niños que crean estrategias
para vencer al resto.
No me gustan esos niños.
No me gustan esos niños.
Ni el presente ni el futuro es
para ustedes, les digo.
Ellos se lo toman a la risa.
Suena un timbre y la fila avanza un poco.
Solo un poco.
Usted es negativo, me dice
entonces una chica.
Yo la observo.
Usted es un mal tipo, agrega.
Yo sonrío.
La chica está con un hombre que me sobrepasa en 20 kilos.
¿Y ustedes que son buenos van a
chocarme allá dentro?, pregunto.
Ellos no contestan.
El hombre enciende un cigarrillo y la mujer habla por celular.
De vez en cuando me miran, molestos.
El timbre vuelve a sonar y la fila avanza nuevamente.
Quedamos en posición para el próximo turno.
Suben siempre de a diez.
Algunos se impacientan.
En total son cuatro niños, la pareja,
alguien que venía conmigo
una señora de lentes y yo mismo.
Entonces suena el timbre y vamos hacia los autos.
Varios nos dirigimos hacia el azul,
pero al final me quedo con uno color plata.
De pronto, me percato
que solo subimos nueve
y que uno de los autos
quedará vacío.
Y claro… yo miro aquel auto.
Entonces, no sé por qué,
siento que forma parte de aquello
que debe ser protegido.
No tienen derecho a golpearlo,
me digo.
Justo entonces suena el timbre.
Todos chocan.
No es novedad, es cierto,
pero aquello contrasta
con el auto abandonado en un rincón.
Quizá por eso,
intento evitar que puedan golpear aquel auto.
Todo lo demás es sucio,
percibo.
Los rostros.
La rabia.
La vida que nos espera después del timbre, incluso.
Sé que es negativo, estimo,
pero en el fondo esa mirada viene a purificar
el auto abandonado
a un costado.
Es necesario que así sea, me
digo.
Recibo el primer golpe a un costado,
mientras protejo aquel auto.
Luego sucede lo mismo
una y otra vez
hasta el final del tiempo.
Todos ríen.
Los niños alegan que ganaron.
La chica y su pareja pasan por mi lado
tropezando conmigo.
Por un par de segundos quedan los autos
como un montón de animales abandonados.
Este es el corazón del mundo, me digo.
Voy por otra cerveza.
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