“Soy más viejo que el Tiempo y el Espacio,
porque soy consciente.
Las cosas se derivan de mí…
la naturaleza entera”.
Fernando Pessoa
Me doy vueltas inmensas hasta llegar a la palabra más sencilla.
No sé bien porque lo hago.
Recorro mis sensaciones.
Las cuestiono.
Ya ni sé para qué.
Así, repaso mis ropas para confirmar que las costuras estén hacia
dentro.
Por lo general lo están, en todo caso.
Por otro lado, un dolor de muelas aparece cada cierto tiempo desde hace
varios años.
Ya apenas lo percibo.
De esta forma, me paro frente a mi corazón como frente a un
refrigerador, del que no termino sacando nada.
Y es que no sé si tengo hambre.
Y no sé, a ciencia cierta, qué es lo que necesito.
Ese es el fundamento de mis atajos.
Mis extensos atajos.
Quizá si fumara, mientras camino, pienso a veces, sería un poco más
feliz.
O parecería, quizá, menos perdido.
Con todo, no es que desconozca los caminos.
De hecho, sé exactamente los pasos que se necesitan, para recorrerlos.
El asunto es más bien que esos atajos largos, si bien agotan, me ayudan
a plasmar esa distancia necesaria.
Esa distancia para que las cosas por las cuales siento real aprecio,
puedan ser dejadas de lado, un momento,
al escribir estas palabras.
Y es que resulta paradójico,
pero lo cierto es que si estuviera menos agotado
escogería sin duda los caminos más directos y breves
que nos lleven hacia aquello de lo que debiese hablar.
En cambio,
agotado y un poco sobrepasado, incluso,
termino por elegir esos atajos extensos
de los que llego exhausto a la última palabra.
Una sencilla última palabra, ojalá.
Una que no duela decirla.
Honestidad, por ejemplo.
Descanso.
Fin del atajo.
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