Érase una vez un niño que vivía al fondo de un lago.
Siempre había soñado con vivir de esa forma.
Y el sueño lo acosó de tal manera que llegó a vivir así.
Suena extraño, pero las sensaciones son extrañas.
Y cuando las sensaciones son extrañas, es prueba suficiente de que son
verdaderas.
Y es que el niño, sentía que había tragado un sueño que no lograba
digerir.
Y sentía, también, que su corazón se había quedado embarazado.
Así, igual que esas serpientes que tragan su presa, el niño quedó lleno
de un sueño entero.
Y la única manera de dar a luz aquel sueño era llevarlo a cabo.
No se despidió de nadie.
No hizo planes escritos.
Simplemente fue hacia el lago.
Usó pesos en sus tobillos y muñecas…
Luego se introdujo en él.
Un paso… otro paso…
A veces dolían los pies, con las piedras…
¡Qué difícil es ir hasta el fondo en un lago…!
Y es que recién al octavo intento, pudo el niño llegar a esa vida bajo
el lago.
Es la misma vida, pensó el
niño, pero aquí hay agua.
Luego faltó el oxígeno y ya no pudo pensar.
O apenas un poquito, tal vez.
“Érase una vez un niño que vivía al fondo de un lago…”
Ese sería un buen comienzo para su propia historia…
Él sintió que pensaba, pero en realidad era yo, el que lo estaba
pensando.
Sería un texto, raro, pensamos, si se escribe.
Un texto que se traga entero, mal hecho y luego se digiere.
O igualito que eso, más bien, pero al revés.
Algo así como un texto embarazado.
Falto de oxígeno.
Extraño.
Siempre había soñado con vivir de esa forma.
No voy a salir a buscar aire, dijo él.
No voy a ordenar estas palabras, dije yo.
Luego…
Son dos o tres formas? (este es el de la fórmula, obvio?)
ResponderEliminarEs como Max, en donde viven los monstruos. Pero más real. (El cuento)
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