sábado, 1 de junio de 2013

Porthos / Un ligero temblor.


Lo malo de beber con Porthos es que me es imposible arrastrarlo luego que este se emborracha.

Y es que se trata de alguien que excede en demasía la idea de corpulencia transmitida por Dumas.

Así, mirando hacia atrás los cien kilos, el bueno de Porthos juega a parecerse cada día más al personaje novelesco, de quién heredó el nombre.

Ayer mismo, por ejemplo, nos vimos enfrascados en una pelea absurda, que inició mi amigo tras asegurar que un garzón era el mismísimo Richelieu.

-No hay que pensar –me dice-. Ni dejar que piense el oponente…

Y claro, apenas dice eso, toma una silla y se la estrella en la cabeza al supuesto Richelieu, quien cae desplomado y con un gran corte en la frente.

Entonces llegaron los otros garzones.

Y bueno… para ahorrar tiempo diré que una hora más tarde íbamos camino a la comisaría, detenidos por riña, por lesiones graves y hasta por golpear a un policía.

Porthos parecía orgulloso y hacía caso omiso de mis reclamos.

-Sin mí no eres nadie –me dijo apenas hice una pausa-.

-Y sin mí estarías muerto –repliqué, pues había logrado intervenir cuando un tipo se había acercado a él con un cuchillo.

Él parecía no escucharme.

Yo también me mostraba altanero.

En tanto, otros dos hombres que estaban en el calabozo intentaban dormir, y reclamaban para que guardáramos silencio.

No recuerdo, sin embargo, si los tomamos en cuenta.

Por último, antes de intentar dormir un poco, en el calabozo, Porthos ora en voz alta, y hasta pide por mí.

-Que inicie, de una vez, una vida nueva… -dice, apuntándome.

Y yo siento un ligero temblor. 

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