jueves, 27 de junio de 2013

Flores para los muertos.


Un tranvía llamado deseo.

Un detalle específico.

Una mujer vendiendo flores para los muertos.

Entonces estoy yo.

El temor ante esas imágenes.

Y claro, una sensación que parece invadirnos, desde los sentidos.

El olor de las flores podridas, por ejemplo.

Un olor peor que el de la carne muerta.

Y es que a fin de cuentas, no es un mal dilema:

¿Huelen peor las flores podridas que un hombre muerto?

Pues yo creo que sí.

Sinceramente creo que sí.

Sé que es de mala educación contestar mis propias preguntas, pero está hecho.

Además, si no es uno, nadie las contesta.

Puedo dar fe de esto, porque busqué respuestas durante largos años.

De hecho, pienso que quizá fue así, como empezó a formarse mi biblioteca.

No entregó muchas respuestas, es cierto, pero al menos me enseñó a preguntar con sentido.

Por último, me gustaría recalcar que en mi biblioteca no hay flores.

Y claro, tampoco hay hombres muertos, en mi biblioteca.

Es decir, estoy yo, pero no cuento.

¿Flores para los muertos, entonces?

Pues no sé.

No creo…


Algo se detiene fuera de mi dormitorio.

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