Por un camino secreto, el profeta del pueblo
asolado por Dios, me lleva para conocer a su gente.
-El de acá es Jorgito –me dice-. La de allá es
María.
Yo los miro y saludo desde lejos.
No responden.
-Están molestos por el asunto de las plagas –dice entonces-.
Son unos malagradecidos… Y eso que conseguí que en vez de diez fuesen solo 5,
pero nadie lo agradece…
-Así es la gente –dije yo, por decir algo.
Seguimos así avanzando por el pueblo y
encontrándonos con otras personas que también eran conocidas por parte del profeta.
-Esa es Tatiana… Ese es Pedro… -dice él-. El de
allá, Emilio…
Y claro… yo saludo y el desprecio se repite.
-No te preocupes –comenta el profeta-. Todos van a
morir… Dios me lo dijo.
-¡Pero si todos vamos a morir…! –alegué yo. Pero él
hizo como que no escuchaba.
Entonces, me llevó el profeta hasta una especie de
oficina, desde donde, poco después, me mostró un libro en el que tenía algunos
de sus más importantes vaticinios:
“Dos países entrarán en guerra, solo uno vencerá”,
era quizá el más representativo.
Aunque claro… había otros peores.
Comprendí así, que el profeta de aquel pueblo supuestamente
asolado por Dios, tenía incluso menos poder del que yo podía hacer gala.
De hecho, pensé, quizá alejarme de él sería una
buena señal, para dar por cerrada esa visita.
Dejé así al profeta enfrascado en nuevos vaticinios
y salí al pueblo.
Miré por todos lados.
No lograba ver a nadie.
Me asusté.
Así, finalmente, intenté irme del lugar,
siguiendo una línea de trenes que, al parecer, no se utilizaba desde hace años.
Este pueblo es como cualquier otro, me dije, para tranquilizarme.
A lo lejos, sin embargo, justo en ese instante, se
escuchó un trueno.
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