“Dos países entrarán en guerra.
Solo uno vencerá”.
Vaticinios de Vian
Aliño la ensalada.
No la como.
No es que lo haga deliberadamente…
Y no es que sea importante, claro…
De hecho, es solo un hecho del que doy cuenta.
Aunque claro… ni siquiera sé a quién.
Hay hambre, sin embargo.
Me refiero a que no es desgano lo que me lleva a abandonar la ensalada.
Y es que esto es algo que va ocurriendo en otros ámbitos.
Dejo hervir el agua.
Preparo cafés que no tomo.
Miro a los otros como si estuviese vitrineando.
Y sí, en el fondo es como si cada día abriese un gran refrigerador.
Un refrigerador del que nunca, sin embargo, me atreví a tomar nada.
Eso no me pertenece, me digo.
Debe ser para algún otro...
Así, se acerca de a poco la hora de cerrar el refrigerador.
La hora de botar la ensalada.
La hora de apagar la olla que hierve para nadie.
No es terrible, sin embargo… aunque parezca…
No duele, me refiero.
Y es que ni el dolor me pertenece.
Es decir,
esto funciona igual que el niño que en puntas de pie
se levanta sobre el féretro para ver al muerto.
Brillan los ojos.
Sentimos algo.
Pero volvemos siempre, finalmente, a nosotros mismos.
Y claro, ya va a ser hora de aliñar una nueva ensalada.
…
No quiero jugar a predecir nada más, sobre aquello.
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