miércoles, 5 de junio de 2013

Una vaca sobre el bote en que viajaba mi bisabuelo.


Parte de mi familia comenzó a creer en Dios cuando una vaca cayó sobre el bote en que viajaba mi bisabuelo. Ocurrió en un lago de la ex Unión Soviética, cuando mi ancestro –de nacimiento holandés-, remaba a toda prisa para evitar que bautizaran, bajo el dogma de la religión católica, al menor de sus hermanos.

Según recuerdo -o según lo que contaba mi familia, más bien-, mi bisabuelo había viajado hasta la Unión Soviética para trabajar, junto a sus hermanos, en una empresa petrolera, aunque estaba atraído también por la aceptación que tenían en ese país aquellos que se declaraban ateos, a diferencia de lo que ocurría prácticamente en toda Europa.

Y es que como se entenderá, mi abuelo era profundamente ateo. Casi espiritualmente ateo, diría, aunque esto sonaría eventualmente a contradicción. Quizá por eso, mientras atravesaba el lago para llegar hasta la iglesia donde pretendía bautizarse su hermano –hasta ese entonces, ateo también-, lo que menos esperaba era encontrarse con una vaca caída desde el cielo.

Por otro lado, además de sorpresivo, este no fue un encuentro que pudiésemos catalogar como “amistoso”… Y es que la vaca que cayó desde el cielo partió el bote de forma instantánea y lanzó a mi bisabuelo a decenas de metros del lugar, sin que pudiese comprender, ni en lo más mínimo, qué  evento había ocurrido.

Con el tiempo, sin embargo, -porque esta historia es cierta, lo crean o no-, algunos estamentos oficiales dirían que se trató de un animal que había caído desde un avión que llevaba ganado de contrabando, aunque para mi bisabuelo, impactado de por vida, ese acto se convirtió en la prueba irrefutable de la existencia de Dios.

Quiso demostrar que mi hermano se debía bautizar –decía mi bisabuelo, según me cuentan-,  y lo hizo de la única manera que él hubiese podido ser convencido: con un absurdo inexplicable. Piénsenlo: una vaca sobre un bote en un lago ubicado en una de las zonas más despobladas de la URSS. Era Dios, sin duda…, pensaba.

Con todo –y aquí se incorpora un matiz bastante singular-, la creencia de mi bisabuelo no se traducía en una creencia que involucrara una veneración…  Y es que lo sucedido tras la caída de la vaca no había terminado solo con mi bisabuelo arrojado decenas de metros más lejos, sino que existía una última escena… Esencial.

Imaginen entonces a mi abuelo, arrojado a decenas de metros de lo que había sido un bote… golpeado por algo que no comprendía e intentando nadar de vuelta hacia los restos  de madera para descubrir, en una sola experiencia, tres hechos estrechamente vinculados: lo había golpeado una vaca; Dios existía; la vaca, aunque agonizante, permanecía viva.

Y es que era cierto… flotando entre los restos del bote estaba aún la vaca, agonizante… y mi bisabuelo pudo mirarla a los ojos, al mismo tiempo que comprobaba la existencia de Dios… Y claro… fue entonces que comprendió que sí: Dios existía… pero también comprendió que sus actos, por sorprendentes que fueran, resultaban imperdonables.

Por último, debo confesar que no sé bien cómo ha afectado esta extraña forma de creer a cierta rama de mi familia, pero ante todo, me atrevo a dar fe de la importancia que tuvo para mi bisabuelo… Es decir, los ojos de la vaca… la existencia de Dios… esas son cosas que no se olvidan…

Y es que no es por nada que su epitafio dice: “Aquí yace V. Encontró a Dios sin creer en él, luego escapó hasta el lugar que consideró más escondido (y más  hermoso) del planeta”. Murió durante el terremoto de Valdivia, en 1960. Cualquiera de ustedes puede comprobar su existencia –y mi honestidad-, si lo desean.

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