Porque claro, desde donde está –y casi como un
descubrimiento-, él se pregunta a dónde
mierda da el periscopio. Puede parecer una pregunta sencilla, es cierto,
pero para él es tan importante como descubrir de pronto que es él mismo el
protagonista de las aventuras del héroe de su infancia. Y es que ha pasado años
mirando por el periscopio –no muy entusiasmado, es cierto-, y si bien cada
cierto tiempo ha intuido que aquello que el periscopio revela es una realidad
bastante similar a lo que han sido sus experiencias cotidianas, no fue hasta
este momento que comprendió que la clave no estaba dada precisamente en la
relación de ese otro espacio con el
terreno propio, sino que venía a revelar más bien la naturaleza íntima de un
mismo territorio, casi cotidiano. Es así como él se sonríe por un momento en la
paradoja; es decir, en el borde mismo de esa iluminación que es tan clara como
indecible. De haber sabido, piensa él,
mientras un impulso lo lleva a mirar nuevamente por el periscopio, alegre como cuando descubrió un
musgo naciente sobre unas piedras filosas que alguien había arrojado sobre el techo de su casa. De haber sabido, vuelve a pensar,
mientras acerca su ojo a la mirilla, a la ventana… y hasta a su propio corazón.
¡De haber
sabido…!
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