lunes, 3 de junio de 2024

Una montaña es lo opuesto al fuego.


Una montaña es lo opuesto al fuego, me digo.

Mientras subo a la montaña, al menos, eso es lo que me digo.

No es el agua, como muchos creen.

A no ser, por supuesto, que haya fuego en la montaña.



Sigo subiendo, mientras hablo para evitar pensar en otras cosas.

De todas formas, digo ahora, si hay fuego en la montaña eso al menos demuestra que fuego y montaña no son lo mismo.

Que se oponen incluso, el uno ante la otra.

El fuego que quiere reducirla a cenizas, me refiero, y la montaña que no lo deja hacer.



Antes costaba menos, por supuesto, me digo.

Menos esfuerzo, menos trabajo… podías llegar a la cima sin necesidad de tantas palabras.

Ahora, en cambio, no puedes dejar de hablar.

Arrojas palabras como migajas, incluso, para reconocerlas de regreso e identificar el camino.



Y es que llueve mientras subes la montaña.

Y la tierra mojada te devuelve a ratos y si te descuidas hasta te hace caer.

Además, por si eso no bastase, está el frío que te impulsa a rogar por fuego.

Ese fuego que es lo opuesto a la montaña, por supuesto, y que mágicamente no va a parecer.



Una montaña es lo opuesto al fuego, me digo, mientras tomo un último impulso.

Y justo entonces, el fuego.

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