viernes, 21 de junio de 2024

Otros trucos.


El tipo ese trabajaba de hipnotista, aunque a mí me asombraron otros trucos.

Uno en que detenía completamente los latidos del corazón y otro en que volvía invulnerable una pequeña parte del cuerpo.

Para comprobar el primero llamaba a voluntarios del público.

Entonces, el tipo que trabajaba de hipnotista se tendía en una camilla y les entregaban a los voluntarios un estetoscopio a cada uno.

Luego, lo conectaban a una máquina y proyectaban en vivo una especie de electrocardiograma.

Así, mientras se veían las ondas en la pantalla, los voluntarios debían comprobar que aquello coincidiera con lo que escuchaban, hasta que ya no había registro de latidos.

Finalmente, tras unos minutos, para hacer más espectacular el cierre de ese número, un ayudante hacía funcionar un desfibrilador y el corazón volvía a registrar actividad y todo volvía a ser como antes.

El otro número que me sorprendió fue más breve, aunque no menos sencillo.

En él, yo mismo salí de voluntario para comprobar lo que ocurría.

En este caso, el hombre decía que podía volver una parte de él totalmente invulnerable, rígida.

Entonces me entregaron un cuchillo.

A mí y a otros dos voluntarios.

Nos hicieron escoger las partes que queríamos que endureciera para luego comprobar que éramos capaces de clavar el cuchillo en ellas.

Elegimos una parte del cuello, la palma de una mano, y una sección en el abdomen, cerca del ombligo.

Entonces el tipo volvía a tenderse en la camilla, cerraba los ojos y nosotros -tras haber comprobado que los cuchillos no tenían truco y se clavaban fácilmente en otras superficies-, debíamos intentar clavárselos en la zona señalada.

No pudimos, por supuesto.

En mi caso, debo confirmar que apliqué toda mi fuerza, y hasta me entregaron un clavo y un martillo que terminó doblándose cuando intenté enterrarlo en él.

Ninguno de nosotros logró hacerle ni un rasguño, por supuesto.

Y claro, nos bajamos del escenario.

Ya en mi asiento, mientras el hombre hacía un último número relacionado, ahora sí, con el hipnotismo, me di cuenta que tenía aún en una de mis manos el clavo que había intentado enterrar.

Incluso se había doblado un poco, por los golpes, aunque mantenía el filo en la punta.

Poco después, me descubrí enterrándome yo mismo el clavo en la yema de uno de mis dedos.

El dedo sangró, por supuesto, pero extrañamente no sentí dolor.

Lo frágil siempre se rompe, me dije, a fin de cuentas.

Por eso sabemos que es frágil.

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