jueves, 20 de junio de 2024

Dejas de ver, me dijo.


Dejas de ver, me dijo. O sea, ves, pero en el fondo dejas de ver. Es como cuando no sabes si te desvelaste toda la noche o si soñaste, en realidad, que te desvelabas. Parecido, aunque no igual, por supuesto. Un ejemplo algo confuso, lo admito, pero al menos para explicar sirve. Aunque bueno… eso debieras confirmarlo tú. De todas formas, te aclaro que este dejar de ver ocurre cuando estás despierto. Y es que no me gusta en realidad hablar de sueños, salvo para los ejemplos. Y ejemplos cortitos, casi siempre, para evitar confundir. Como sea, te decía que el dejar de ver del que hablo ocurre en la vigilia. O sea, ahora mismo si quieres podría estarnos ocurriendo. O sea, no digo que necesariamente esté ocurriendo. Aunque quién sabe. Tampoco es que pueda descartarse. Después de todo no es algo que siempre ocurra consciente. Y si lo es, igual podemos negarlo y mentir sobre ello. Esto ocurre porque de cierta forma el ojo llega a tener una especie de voluntad propia. Distinta a la del portador del ojo, me refiero. Y claro, cuando digo ojo, estoy diciendo ojos, en plural, aunque para el ejercicio de su voluntad actúan como si fuesen uno. Simplemente ejercen su voluntad de dejar de ver y se arropan con los párpados, como si estos fuesen sábanas. Se esconden debajo, me refiero. Todo esto metafóricamente, por supuesto, pues el ojo no parece escondido, sino que se ve normal. Desde fuera, claro. Pero funcionalmente es como el dibujo de un ojo en un párpado cerrado. Un dibujo en cada ojo, por supuesto, salvo que seas cíclope o tuerto y con un dibujo baste. Y bueno… así es como dejas de ver. Viendo, pero no viendo, como te decía. O sea, viendo, pero con una función menos que cuando veías antes. Y veías de verdad. Se trata de una explicación, pero puedes tomarla como un consejo, si prefieres. Ahora me callo, si quieres, y te toca hablar a ti.

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