domingo, 9 de junio de 2024

Sobre una acera, en el sueño.


Yo estaba sentado sobre una acera, en el sueño.

Estaba al borde de una calle por la que no pasaban vehículos, o no recuerdo que hayan pasado, al menos.

Yo usaba un polerón gris, con bolsillos por delante, en el que llevaba un montón de palabras.

Mientras estaba sentado las tocaba con las manos, sin verlas y descubrí que su forma se podía amoldar.

Fue entonces que, sin demasiada sorpresa, comencé a sacar algunas desde mi bolsillo.

Tras observarlas, descubrí que habían tomado la forma de naranjas, aunque de un color no tan vívido y de un tamaño algo más pequeño que las naranjas tradicionales.

No tan pequeñas como para ser mandarinas, aclaro, sino simplemente naranjas pequeñas.

Tras observarlas un rato, sin sacar conclusión alguna, recuerdo que comencé a pelarlas.

Me refiero a que fui tomando cada una de las palabras y comencé a arrancarles la cáscara.

Era una cáscara gruesa, porosa, igual a la de las naranjas tradicionales solo que estas no arrojaban olor alguno.

Esto lo recuerdo porque me acerqué las cáscaras y no logré distinguir en ellas ningún aroma.

También descubrí que, al desgajarlas, todas se mostraban secas y parecían artificiales.

No tenían significado alguno .

Igualmente, recuerdo que me metí algunas a la boca y comencé a masticarlas.

Se me enredaban entre los dientes.

Me producían un pequeño escozor en la lengua.

En resumen: no conseguí tragar ninguna.

Fue entonces que comprendí que le quedaba poco tiempo, al sueño, y que había dejado el lugar lleno de restos.

Así, finalmente, fui recogiéndolos y me los llevé nuevamente al bolsillo del polerón.

Tras recoger el último descubrí que ahora, prácticamente, no cabían.

Nada terrible, me pareció, pero sí extraño.

Cuando desperté, poco después, seguía con la misma sensación.

Todavía la tengo.

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