domingo, 22 de mayo de 2022

Una mancha en el piso.


Apareció una mancha en el piso.

Una mancha informe, como suelen ser las manchas.

En vez de limpiarla, sin embargo, me quedé un largo tiempo observándola.

Y como al mirarla no pensaba en nada, decidí dejarla ahí, mientras tanto.

Lo extraño es que apenas dejaba de mirarla inmediatamente pasaba a pensar en algo.

De hecho -lo confieso-, siempre estoy pensando en algo.

Cundo digo “algo”, por cierto, aclaro que se trata de un “algo” distinto, no es que siempre este pensando en un mismo “algo”.

Pero al mirar la mancha -y este es el punto-, no pensaba en absolutamente nada.

Y comprendí, de inmediato, que eso es bueno.

O que para mí, al menos, no pensar era algo bueno.

Cuando llegó mi hijo esa tarde le advertí de inmediato que no fuera a limpiarla.

Nunca limpio, me contestó. No te preocupes.

Era cierto.

De todas formas, le advertí que tampoco tratara de pisarla, pues no quería que la mancha se borrase ni se transformase en lo absoluto.

Me miró pensando que bromeaba, pero comprendió que hablaba en serio.

Y sentí que entonces me miró a mi de la misma forma en que yo observaba a la mancha.

¿No vas a preguntar nada, cierto? Le pregunté, luego de un rato.

No. Me dijo.

Poco después, preparamos juntos algo para cenar.

Algo sencillo, por supuesto.

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