miércoles, 18 de mayo de 2022

Me explicaron...


Me explicaron que mi abuelo estaba enfermo. Senil, creo que dijeron. Me explicaron que eso pasaba con la edad y que su senilidad lo hacía mirar todo de esa forma extraña que, para sorpresa de todos, yo admiraba.

Mi admiración, por cierto, se debía a que me parecía que mi abuelo, miraba todo como si cada una de las cosas, sin excepciones, estuviese viva. Todo vivo e igualmente atractivo a interesarte, como para clavar su vista en lo que fuese que pasara delante suyo.

Una vez, recuerdo, lo sacaron a un pequeño parque y, en medio de algunos árboles, pájaros y niños jugando, él decidió posar su mirada sobre un montón de piedras que estaban apiladas en un rincón, sin función alguna.

Las miraba -pensaba yo-, como si fueran larvas, o huevos que estuvieran a punto de abrirse y revelar entonces nuevos y extraños seres… Sí, era eso, miraba esas piedras como si en ellas estuviese escondida una forma de vida tan maravillosa, que bien valía la pena esperar por ella y dedicarle todo el tiempo que le quedaba de vida.

Esa misma noche, por cierto, cuando lo llevamos nuevamente a su habitación, dejé una piedra que había recogido en una repisa que tenía, junto a su cama, al alcance de su vista, y me llevé también otra, a mi cuarto, sin pensar demasiado para qué.

Años después, cuando mi abuelo murió, recuerdo haber tomado la piedra que guardé en mi habitación (la de él había desaparecido hacía tiempo), y la anduve trayendo en una de mis manos durante todo el tiempo que duró el funeral.

Ya en la noche, comencé a observarla y a comprender poco a poco en qué consistía esa forma de vida que contenía dentro.

Valía la pena, sin duda, mirarla.

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