viernes, 13 de mayo de 2022

Exposiciones bizarras (I).


Dentro de las exposiciones artísticas bizarras que he ido, una de las más extrañas fue la de un escultor búlgaro que creaba sus obras en base a chicles ya masticados, extraídos -según se explicaba en las reseñas-, de distintos lugares públicos en que las personas solían dejarlos adheridos.

Las obras creadas de esta forma, si bien en su mayoría no buscaban ser figurativas, guardaban cierta similitud con formas naturales vegetales, por lo que transmitían, según los expertos, cierta “esencia primigenia natural”, como si una fuerza viva primitiva buscase adaptarse a los tiempos actuales y sobrevivir, de alguna forma, en ellos.

Por otro lado, según el discurso del autor, los chicles cargaban con cierta “aura” de quienes los habían consumido, y sobre todo de las palabras que dichos consumidores habían pronunciado mientras masticaban esos chicles, y que, supuestamente, quedaban también vinculadas con aquellos residuos, que contenían también un vínculo significante con una gran cantidad sujetos anónimos, cuyas emociones estaban también reflejadas en sus obras.

Al salir de aquella exposición, por cierto, te invitaban a consumir algunos chicles, que estaban dispuestos en bandejas a modo de cóctel, luego de lo cual solicitaban pegarlo junto a otros en una gran obra colectiva se estaba creando, como una gran y última escultura, junto a la salida del recinto.

En lo personal -más allá de cierto rechazo natural a hacerlo por cuestiones de higiene-, debo reconocer que no quise ser parte de aquello, pues sentí que la verdadera transgresión que podía ser hecha con el chicle, era justamente terminar su ciclo. Romper su órbita, digamos. Y me lo tragué.

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