lunes, 9 de mayo de 2022

Lo que (no) hubo antes.


¿Ves esa montaña?

Pues donde está esa montaña
antes no hubo una montaña.

De ese antes
vine a hablarte.

Desde ese antes vacío
en que ni tú ni yo
ni nadie, en realidad,
quiso hablar nunca.

De ese antes vine a hablarte.


¿Ves tus manos?

¿Sientes tus manos?

Pues donde están tus manos
bien sabes que pudieron no estar.

No estar o no ser sentidas.

O pudiste tú incluso no estar
para poder sentirlas.

No ser sino como ese antes.

Como ese antes que es parte del vacío.

Parte del vacío del que nadie,
por cierto,
quiso hablar.


¿Ves mis ojos?

¿Ves mis ojos que te ven?

Pues bien pudieron no verse
unos en los otros.

Sumidos en lo oscuro
bien pudieron no verse.

Enredados en el antes,
que también es negro,
como en un gran babel oscuro.

Así pudieron perderse nuestros ojos.

Ojos de los que nadie, tampoco,
quiso nunca hablar.


¿Ves esa montaña?

¿Ves tus manos?

¿Ves mis ojos que te ven?

¡Ni Dios aspiró a tanto…!

El antes en que no supimos ser
o no quisimos
sigue siempre agazapado.

En el río oscuro del antes,
flotaba un cuerpo
que era arrastrado por la corriente.

Tú gritaste diciendo que era un hijo.

¡Un hijo de alguien!, dijiste.

Todo muerto es hijo de alguien.

Pero no hubo ya montaña, ni manos, ni ojos…

¡Ni Dios hubo…!

Nadie que acogiera tu grito.

Pues de eso que no hubo, vine a hablarte.

Del antes ese,
en que no supimos ser.

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