martes, 1 de febrero de 2022

Medir un terreno.


Fuimos a medir un terreno. Mientras lo hacía descubrí algo: no hay nada más sucio que medir un terreno. Salvo poseer -o creer poseer, más bien-, aquel terreno. Anotar y comparar cifras. Ver que algunas no coinciden. Y esforzarte por meter un lugar en medio de unas cifras, como un pie en un calzado demasiado estrecho.

¿No consideran que se ve triste un pie en un zapato?

Amarga medir un terreno. Más aún si lo mides con tu hijo, y actúas entonces dándole, sin querer, un modelo equivocado. Te centras en los números, ciertamente, y tropiezas. No caes, pero tropiezas. Todos los animales, en cambio, no tropiezan. Eso recuerdas. Salvo los que han sido domesticados, o forzados a comportarse de una forma que no son. Salvo el hombre que, por supuesto, tropieza.

¿Se comportan los hombres, acaso, de una forma que no son?

De esta misma forma entonces, entre el error amargo de medir un terreno, crees necesario recoger pequeñas preguntas. Cursis y absurdas, pero no sucias, al menos, como la acción principal que te esfuerzas en realizar.

Dejémoslo mejor, dices entonces, aunque ambos lo han dejado, desde antes.

Se olvidan las cifras, incluso, cuando vuelves al camino.

Los perros, por cierto, que se mostraron agresivos al entrar, han dejado de ladrar.

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