lunes, 28 de febrero de 2022

Nunca entré a una iglesia, me dijo.


Nunca entré a una iglesia, me dijo. Para mí eran solo exterior. Arquitectura. Escenografía. Supongo que primero no entré de casualidad y ya con los años me hice consciente de no haberlo hecho y decidí seguir con la costumbre. No se trataba de Dios o lo que fuese que esas iglesias representaran o contuvieran. Se trataba simplemente de no entrar. De negarles ese espacio interno. De sacar ese espacio interno de mi mente. De negarle un significado. Lo hacemos todos, si lo piensas, no me mires de esa forma... No con las iglesias, tal vez, pero sí con otras cosas, sin duda. Con los hombres mismos, por ejemplo. Me refiero a que estamos viéndonos constantemente… incluso estando “en contacto”, supuestamente, unos con otros. Pero ¿cuántos hemos visto en realidad a un hombre por dentro? Soy concreto, por si acaso… pienso en autopsias, tripas, piel volteada... Debe ser extraño vivir con los hombres y haber visto ese interior, ¿no crees? Pues bien, a mí con las iglesias me ocurre lo mismo. Prefiero verlas así. Sus fachadas, como te decía... Entrar en ellas sería dañino. Incluso encontrar algo dentro, a estas alturas, seria dañino. O no encontrar nada... Te hablo así porque sé que me entiendes. Sé que me entiendes, aunque tu caso es distinto, por supuesto… Me atrevería a decir tú entraste, hace muchos años, y todavía no has salido. Incluso diría que te dejaste olvidado dentro… Una vez te escuché hablar con atención y me di cuenta de aquello. Que parte esencial de ti está en un lugar al que yo nunca he accedido… y después de darle unas vueltas he entendido cuál era ese lugar. No te digo que hagas nada ni que respondas nada, ni siquiera que escuches. Hoy te hablo para que tengas tu texto diario, y poco más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales