miércoles, 2 de febrero de 2022

La profundidad del lago.


Estuve en un pueblo por unos días. Un pueblo en lo que todo era sencillo. No perfecto, por cierto, pero sencillo. Me agradan quienes viven ahí. Algunos erran, por momentos, por supuesto, pero comprendo sus razones. Todos viven cerca de un lago. Y eso, imagino que los limpia.

Antaño -pues ya he venido otros veranos a este pueblo-, los escuché reír ingenuamente ante alguien que les preguntaba por la profundidad de aquel lago.

Reían, por cierto, aquella vez, porque encontraban absurda la pregunta. Porque esa era una cifra que no importaba. Porque la gente de fuera preguntaba tonteras.

Hoy, sin embargo, algunos de aquellos que reían entregan justamente aquella cifra. Aproximada, ciertamente, pero la manejan. Los escucho decirla mientras hablan con otros visitantes que les solicitan datos de los que antes se hubiesen reído, aunque ahora responden seriamente, como si fuesen otros.

Entonces -no se me ocurre mejor opción-, intento imaginar que están jugando, que mienten para no reír, que apenas los visitantes se alejen soltarán la carcajada y comentarán nuevamente sobre lo poco importante de sus preguntas y todo será de cierta forma como antes. Igual de sencillo. Igual de puro. En torno al mismo lago.

Cierro los ojos, por cierto, y pienso aquello. Elijo, incluso, irme con los visitantes. Pero no soy, ciertamente, uno de ellos.

Inclino mi cabeza, al despedirme del lago.

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