jueves, 3 de febrero de 2022

Vomité melón durante tres semanas.


Vomité melón durante tres semanas. Pequeños trozos de melón. Cortados en pequeños cubos, simétricos, en horas irregulares, sin saber muy bien por qué. Observaba los trocitos de melón y sentía que, al verlos, de alguna forma se aliviaba algo. Es decir: algo -que por lo demás desconocía-, se volvía más ligero. De esa, forma, indirectamente, me di cuenta que había algo pesado. Algo que llevaba como un peso y que esos trocitos de melón aligeraban, como decía, de cierta forma. Así, descubrí que era triste, pero también hermoso, vomitar trocitos de melón. Era como volver a estar en comunión, conmigo mismo. Pagando un costo pequeño. Uno que se valoraba en una moneda extraña, que no tenía conversión a ninguna otra conocida. Pagar con trocitos de melón, de la misma forma como algunos pueblos pagaban con semillas o granos u otras cosas similares. Trocitos dulces, digamos, pero que salían de una expresión momentáneamente agria. Y que brotaban, supongo, de una serie de sensaciones más adheridas a lo que es uno. Y fundidas en aquello en lo que uno se ha ido transformando, con el paso del tiempo. Con el andar, simplemente, aunque pocas veces sepamos hacia dónde. Trocitos de melón durante tres semanas, entonces, como el anuncio de algo. Sin comer melón, por cierto, previamente. Aquí están. Duelen y alegran, un poquito. Aquí estoy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales