domingo, 20 de febrero de 2022

Duchamp.


Ella decía que entendía a Duchamp.

Decía más cosas, por supuesto, pero yo me acuerdo de eso.

No era que interpretase las obras, sino que lo entendía a él, de cierta forma.

Entiendo sus acciones, sus palabras y hasta lo que decidió no hacer, decía.

Y por supuesto decía entender las razones de todo aquello.


Más allá de eso no nos deteníamos nunca a hablar de Duchamp.

De hecho, nunca reflexioné mayormente sobre esas aseveraciones.

Supongo que las acepté sin más, simplemente.

En cambio, solíamos hablar largamente sobre variados temas.

Da lo mismo cuáles, pero el punto es que no hablábamos de Duchamp.

Y otro punto es que éramos honestos al no hacerlo.

O al menos yo lo era.


A veces, luego de hablar sobre algo aparentemente completo ella asentía y decía una palabra.

La decía en voz baja, reemplazando decir “comprendo”, o al menos ese sentido yo le daba.

La palabra, por supuesto, era “Duchamp”.

Generalmente era una palabra que marcaba un tránsito hacia un momento más silencioso y tranquilo.

Un momento más cercano en que no necesitábamos seguir hablando sobre aquello que nos había llevado hasta ese punto.


Es extraño… pero hasta el día de hoy esa palabra me apacigua, de cierta forma.

Como si anunciase tranquilamente la comprensión de algo que, en el fondo, no comprendo.

O la aceptación honesta de ese algo.


Esa es la palabra que repito en mi interior, generalmente, cuando inclino la cabeza.

Sinceramente, creo que no podría ser otra.

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