jueves, 10 de febrero de 2022

Los guantes de box.


Como perdió la apuesta, ella debía pasar todo un fin de semana con guantes de box. Se trataba de un par de guantes antiguos, grandes y pesados que dificultan realizar cualquier tipo de maniobras.

Habían pertenecido a un pariente de ella (un tío abuelo), y los habían encontrado la semana anterior, en medio de unas cajas con libros viejos que les dijeron podían llevarse, luego de la muerte de aquel tío.

Siempre apostaban cosas similares. Decían que los mantenía firmes, como pareja. Cosas absurdas de cierta forma, pero ante todo incómodas. Y respetaban el cumplimiento de sus apuestas como si se tratase de un código de normas esenciales de vida.

Por ello, debió pedir ayuda para poder realizar varias de las acciones, aunque ya al término del primer día se dio cuenta que no podría estar otro día más pagando la apuesta.

-¿Puedo cambiar el pago de la apuesta? -preguntó esa noche-. Quiero ducharme, ir al baño y no voy a pedirte ayuda para esas cosas.

-Tú sabes que no puedes -dijo él-. Siempre hemos pagado nuestras deudas.

-Pero no te hablo de no pagar… -insistió-. Se trata de un cambio. Cambiar el pago de esta apuesta por otra.

-Un cambio es de cierta forma no pagar -dijo el otro, seriamente-, y no pagar, aunque sea por una vez, supone el término de la confianza, la abolición del sistema que hemos establecido. No quiero poner en riesgo todo aquello. Lo lamento.

Ella se quedó entonces así: en silencio y derrotada, mirando los guantes que ahora estaban ahí, en lugar de sus manos, que parecían haber dejado de existir.

-Yo también lo lamento, pero voy a sacármelos -dijo ella, con un tono triste.

-Pues ya sabes qué va a pasar si te los sacas -dijo él, con un tono solemne, mientras salía de la habitación.

Ella puso entonces una de sus gantes entre las piernas y luego de apretar comenzó a forzar, para liberar una de sus manos.

Cuando logró sacarla la observó, con ternura, como si fuese un hijo.

Lloró un poquito, incluso, en medio del silencio de la habitación.

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