miércoles, 9 de febrero de 2022

Ella se tatuó una frase de Kierkegaard.


Ella se tatuó una frase de Kierkegaard en la espalda, cerca del hombre derecho. Lo hizo a los quince años, según me dijo, en una época en que prácticamente ningún adolescente se tatuaba cosas, por lo demás.

La frase la tomo desde un libro que hablaba sobre la obra de Kierkegaard, principalmente sobre Temor y temblor.

La frase en cuestión está escrita en danés, por cierto, con una letra no demasiado estilizada.

-Con el tiempo supe que no era una frase de Kierkegaard -me dice, mientras hablamos de eso.

-¿A qué te refieres? -le pregunto.

-A que no es una frase literal de Kierkegaard, sino una adecuación que suele hacerse de una de sus frases, en las reediciones del libro.

-No comprendo -admití.

-Es algo normal -dice ella-. Pasa mucho, sobre todo en obras filosóficas de autores ya fallecidos. Un editor que lee atentamente el texto cree comprender que hay una frase contradictoria o poco clara y lo atribuye a un problema de redacción a una falla editorial o hasta a un lapsus del autor… y entonces la cambia.

-Y luego alguien como tú la elige y se la tatúa, sin saber realmente quién es el autor -le digo.

-Exacto -admite, sonriendo-. Lo extraño es que yo elegí esa frase justamente porque me pareció contradictoria a otras cosas que planteaba el libro, que por lo demás no me gustó demasiado… A mi realmente me gustaba el Kierkegaard de La enfermedad mortal

-¿Y entonces…? -intento decir.

-Entonces nada -me interrumpe-. Las cosas cambian, la gente cambia… ya ni pienso en esas cosas ni he vuelto a leer a Kierkegaard.

-Pero un tatuaje no cambia -le digo-. No por sí solo al menos.

-Al menos en mi caso está en mi espalda. Es invisible y además me habla en un idioma que ya no comprendo -comenta.

Yo me quedo en silencio.

-Como Dios, diría el último Kierkegaard -agrega, dando por cerrado el tema.

Luego no recuerdo nada más.

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