viernes, 11 de febrero de 2022

No usted.


No. No usted. Usted no me diga nada. O diga si quiere, pero lo cierto es que no escucho. Se lo digo por su bien, para que no se desgaste. Y es que en realidad yo sé bien qué va a decir. No me molesta oírlo en todo caso (no tanto), pero no perdamos tiempo. Sé bien cuáles serán las palabras. Conozco el tono, incluso. Es por esto que digo “las palabras” en vez de “sus palabras”: porque aunque usted crea lo contrario, no son suyas. Créame, a veces yo mismo me las digo. Incluso cuando no quiero decirlas, me las digo. Tal vez por esto, pienso ahora, es que he llegado al punto en que dejé de oírlas. Sin quererlo, me refiero. Como un acto de defensa. Un acto inconsciente de defensa, aclaro. Podría explicar un poco más el proceso, pero no sé si lo comprendo del todo. Y tampoco, quiero averiguarlo. Por lo demás le recalco que mi intención es buena. Con usted, me refiero, al decirle que no me diga nada. A mí ya ni me lo digo pues no me hago caso. Me molesto incluso (conmigo) en estos casos. No sé bien si con el yo que habla o con el que no escucha. Después de todo ambos pasan sobre mí. No me ven, me refiero. No me tienen en cuenta. Así lo siento, al menos. Desconocen quién soy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales