sábado, 12 de febrero de 2022

Hacer los deberes.


Le gustaba decir esa frase: hacer los deberes.

La repetía a cada rato, pero yo no le encontraba ninguna gracia.

Sobre todo porque no sabía quién realmente me había designado esos deberes.

Aunque, de todas formas, los hacía sin rechistar.

Debo reconocer, sin embargo, que eso era hasta cierto punto extraño.

Me refiero al hecho de que realizaba aquellas acciones, sin duda.

Y puede que hasta cierto punto me sintiese “a gusto” haciéndolas.

Pero el hecho de que fuesen “deberes”, hacía surgir en mí una sensación incómoda.

Probablemente de rechazo hacia aquello que hacía por mi propia voluntad.

Pensando, tal vez, que yo mismo me imponía hacerlas y no seguía órdenes de otros.

Que eran deberes para conmigo, digamos, no asignados por alguien más.

Una rebeldía estúpida, si se quiere, y hasta sencilla…

Pero que luego de un tiempo no supe manejar.

Como no supe hacerlo, entonces, dejé de hacer eso que consignaban como “mis deberes”.

Da lo mismo en el ámbito que lo piense, siempre el rechazo surgió cuando pasaron a designarse de esa forma.

Y a ser exigidos, por supuesto, desde esa designación.

El absurdo mayor, no obstante, venía después.

Cuando terminaba haciendo acciones que superaban con creces esos primeros “deberes”.

En esfuerzo, me refiero.

En tiempo dedicado.

Así y todo, mi orgullo seguía en pie pues mis acciones no incluían de forma directa los deberes impuestos.

Superaban los deberes, pero no los incluían.

Con el “deber de vivir”, incluso, supongo que me pasó lo mismo.

Pero no voy a explicarlo.

No es mi deber, digamos, para concluir.

Lo trasciendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales