martes, 22 de febrero de 2022

Bomba invisible.


I.

Cayó una bomba nuclear invisible sobre Santiago.

Y todo se llenó entonces de una destrucción invisible.

De una muerte que los ojos no sabían ver.

Y de una radiación que se escondió donde algunos decían que estaba el alma.


II.

Luego de eso siguieron cayendo bombas.

Todas invisibles, por supuesto, pero lo importante aquí es que siguió el daño.

Bomba sobre bomba y muerte sobre muerte, siguieron cayendo.

Y es que siempre se puede destruir un poco más.

Si no me creen, pregunten en Dresde.

No hubo testigos, por cierto, aquí en Santiago.

Ningún testigo válido, al menos.

A quien intentó decir algo lo llamaron charlatán.

Después de todo, siempre se pueden forzar los ojos.


III.

Hoy -aunque no crean-, siguen cayendo bombas de vez en cuando.

Grandes y pequeñas, nucleares y no nucleares, pero ante todo invisibles.

Yo las percibo desde el búnker que he construido, en estos últimos años.

No es perfecto y se debe filtrar la radiación, pero al menos aquí comprendemos lo que pasa.

Vivimos sabiendo la verdad, aunque a algunos esto no les parezca que vivimos.

Así permanecemos.

Así esperamos.

Pero ante todo así sabemos.

Y hablamos en plural, por cierto, aunque estemos solos.

Y aunque probablemente no lo estemos.

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