lunes, 7 de febrero de 2022

Costras, sobre la piel.


De vez en cuando se le hacían costras en la piel. Pequeñas costras, en todo caso. No muy significativas. Similares a aquellas que se producen por raspones o pequeñas caídas. Bajo las costras, sin embargo, no había herida alguna. De hecho, si las arrancaba, solo quedaba la piel debajo, un tanto irritada, pero sin renovación o transformación aparente.

-Es algo estúpido, ¿no crees? -me dijo, mientras se arrancaba una-. Ni siquiera hay dolor de por medio, solo cierta incomodidad… Una molestia mínima.

Yo tomé una de sus costras, mientras me hablaba. No me dio asco. Me parecía igual a cualquier otra. No tenía alguna seña especial ni nada parecido. Tal vez un poco más reseca, simplemente, al no estar en contacto más que con la piel sana.

-Ni siquiera son metáforas -me dijo-. Al no haber heridas, me refiero… no pueden ser metáforas. No funcionan así… Ya sabes: no significan nada más que lo que son ellas mismas.

-Costras -dije yo.

-Exacto -señaló, con desgano-. Nada más que costras. Siguen siendo eso, a fin de cuentas, aunque no haya heridas. Busqué en internet, consulté con varios dermatólogos… alguno intentó explicar la causa, pero no dejó de llamarlas de la misma forma… Al menos me hubiese gustado encontrar un nombre distinto, para diferenciarlas… pero no se pudo.

-Ten en cuenta que al menos no hay heridas -intenté decir-. No tiene por qué ser algo malo….

-Dije que era estúpido -me corrigió, molesta-, no que era algo malo.

Justo entonces, una gota de sangre, se asomó desde abajo de su piel.

Y luego otra.

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