miércoles, 16 de febrero de 2022

Se le ocurrió a él solito.


Se le ocurrió a él solito.

Eso nos sorprendió un poco.

No porque no fuese capaz, sino porque entender aquello era como intentar entender una cuerda sin extremos.

Lo contó como una gracia, como si estuviese orgulloso de lo que había hecho.

Nosotros lo escuchamos.

Si hubiese sido un poco mayor, probablemente hubiese podido explicar los pasos de la siguiente forma:

Primero hay que descongelar un pollo.

No presas de pollo, si no un pollo entero.

(De no haber uno entero, podría armarse uno, pero siempre y cuando hubiese las suficientes presas)

Luego buscar pegamento, tijeras y una almohada de la abuela.

El pegamento puede ser el tarro de cola que está junto al cajón de herramientas de su padre.

La almohada de la abuela, por otro lado, es buena solo cuando la abres y extraes las plumas.

Luego una superficie amplia y paciencia para hacer lo que ya es obvio.

Ya terminado, lo dejas en un lugar visible y esperas escondido, para observar la sorpresa que le darás a tus padres.

De más está decir que escuchamos atentamente sus palabras y observamos la situación.

De cierta forma es como una máquina del tiempo, pensé yo, mientras observaba todo aquello.

Es como si yo desmontase esta misma escena o, sin familia, armase con retazos una historia extraña en la que le diese forma a una.

-Y funciona para los dos lados -dice entonces la mujer que está a mi lado, como si me leyese la mente.

-Como si la leyese desde dentro-, dice por último aquello que fue un pollo congelado, mientras corre a tientas, por la habitación.

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