domingo, 13 de febrero de 2022

Los perros.


I.

Me dijeron que no corriera.

Que si lo hacía, los perros probablemente me iban a seguir y atacar.

Hice caso, por supuesto.

Creí, de hecho, en aquella recomendación.

Me quedé así, frente a los perros y me mostré seguro.

Pero entonces, me atacaron igualmente.


II.

Los dejé hacer, a los perros.

Y es que me habían dicho que, si me atacaban, no opusiera resistencia.

Que protegiese el cuello, principalmente, y les ofreciese un brazo.

Pero no se conformaron con mi brazo, los perros.

Uno incluso se quedó atascado, con un colmillo enterrado justo detrás de una de mis orejas.

Se asusto, de hecho, ese perro, al no poder separarse de mí.

Aulló en mi oreja y se desesperó hasta que rasgó la carne.

Sangré profusamente, pero no perdí la conciencia en ningún momento.

No sé si eso es bueno o es malo.


III.

Pasaron los días.

Nadie te ha mentido, me dijeron.

Tranquilo.

A veces me llevaban cosas e intentaban conversar conmigo.

Yo estaba en el hospital y no contestaba preguntas.

No recuerdo bien si era por voluntad propia o porque realmente no podía.

Todos hablaban como si yo tuviese ira.

Como si en realidad tuviesen que protegerme de mí mismo.

No te atacaron los perros, me dijeron el día que abandoné el lugar.

Y yo fingí dormir, mientras un tío me llevaba en auto, de regreso a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales