domingo, 12 de junio de 2011

Un topo, el topo.

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Mientras recogía unos libros que estaban en un rincón del dormitorio me encuentro con un topo. Igualito a los caricaturizados en programas infantiles, solo que más feo y con una apariencia que llega incluso a intimidar, cuando te lo encuentras así, de sorpresa, y en el lugar menos indicado.

-¡Qué mierda….! –exclamé con sorpresa-. ¡Un topo…!

-¿Un topo? –dijo el topo.

Y es como un loro, pensé, si hasta repite lo que yo digo.

-¿Soy un topo? –insistió entonces el animal-. ¿Podrías decirme si soy un topo?

-¡¿Y hablas…?! –grité, sorprendido.

-¿No debo hablar? –preguntó entonces, intentando abrir los ojos.

-¡Claro que no…! No debieras, al menos…

-¿Por qué no?

-Porque eres un topo…

-¿Entonces sí soy un topo?

-Sí… -le dije-, claro que sí, pero…

-¿Qué sucede?

-Que los topos no hablan… es decir, tú no debieras hablar…

-¿Entonces no soy un topo?

-Claro que lo eres, es solo que no debieras hablar y…

-Pero si hablo quizá no sea un topo, a lo mejor te confundes.

-¿Y acaso tú no sabes quién eres? –le dije, algo molesto, por la situación.

-Nadie sabe –contestó.

-¿Cómo nadie?

-Nadie. Ni yo ni los otros, por eso me enviaron…

-Espera, ¿de qué me estás hablando?

-De los otros, de los que vivimos bajo tierra… es que ninguno sabe muy bien quién es…

-Pero, ¿son cómo tú?

-¿Cómo…?

-En apariencia, me refiero, ¿son parecidos a ti…?

-No lo sé, es que abajo está oscuro… pero yo creo que sí, al menos hacemos las mismas cosas…

-Pues entonces son topos –le dije, para zanjar el asunto y calmar un poco las cosas-. Voy a abrir una cerveza, ¿quieres una…?

-¿Qué es una cerveza?

-¿No has escuchado nunca hablar de la cerveza?

-No… ¿sirve para saber quién es uno?

-Mmm… la mayoría dice que no… -reflexioné-, pero a mí me ayuda.

-Entonces dame un poco, por favor.

Fui entonces por un par de cervezas y le puse un poco en un cuenco. Luego supongo que me tranquilicé un poco, y acepté la situación sin darle más vueltas. Aunque seguía interesado por su visita.

-¿Y tú dices que te enviaron los otros para saber quiénes son?

-Sí –contestó-. Abajo está oscuro y queremos saber… apenas nos reconocemos por lo que tocamos y casi todo nos resulta lo mismo…

-Entonces quiere decir que son físicamente parecidos…

-Quizá, o a lo mejor estoy solo y los otros son también otros yo que se preguntan lo mismo…

-¿No crees que le estás dando muchas vueltas a las cosas?

-…

-Me refiero a que están bien, ustedes, allá abajo… ¿es tan necesario salir para averiguar aquello?

-¿Si es necesario salir de dónde uno está para saber quién es uno? –preguntó el topo.

-Sí… es decir, sé que es importante, pero uno debiera tener las herramientas para saber quién es uno… supongo…

-¿Aunque sea en la oscuridad?

-Sí…

-¿Y aunque no haya caminos y para avanzar debas hacerte los caminos tú mismo…? –me dijo, con un tono que revelaba cierta molestia.

-Pues sí… y no te lo digo para que te enojes, o algo… es solo que los topos están bajo tierra y prácticamente nunca salen a la superficie…

-¿O sea que para ser quién soy debo permanecer bajo tierra, y si salgo a averiguar quién soy dejo de ser yo…? ¿No te parece injusto?

-Mmm… quizá un poco, pero yo no tengo la culpa de eso…

-¡¿Cómo que no la tienes?!

-…

-¿Acaso no eres Dios? ¿Acaso no eres tú quien nos creaste y pusiste en nosotros estas peguntas…?

-Espera –lo interrumpí-. Yo no soy ningún Dios…

-¿No…?

-Claro que no… yo solo vivo aquí, entre mis libros… tú pudiste salir en cualquier lado, y encontrarte con cualquier otro…

-¿Pero acaso no se dice que Dios vive arriba de nosotros?

-Pues sí, eso se dice…

-¿Y cómo se hace para llegar hasta allá…?

-¿Hasta arriba…? Pues no sé bien… es que sabes, para ser sincero, los hombres, hemos llegado bastante arriba… y no hay señales…

-¿No hay Dios?

-No dije eso… solo digo que no hemos visto nada concreto…

-¿Pero entonces cómo saben quiénes son…?

-Eh… no sé… pero a veces es mejor no preguntar.

-¿No…? ¿Y qué pasa si los topos son ustedes?

-¿Y los hombres ustedes?

-Da lo mismo quiénes somos nosotros… lo que no me explico es cómo ustedes están tan seguros y tranquilos, y no se preguntan estas cosas…

-Hasta hace un rato no te daba lo mismo quiénes eran…

-Ahora tampoco, pero el caso es que tú no puedes decírmelo… no eres Dios…

-Pero sé que eres un topo…

-Pues no sé si creerte, tú dijiste que los topos no hablan y no salen a la superficie…

-Es que a lo mejor tú no eres “un topo”, sino que eres “el topo”…

-¿Cómo es eso…?

-Que tal vez tú seas algo así como la excepción dentro de la generalidad…

-¿Qué generalidad?

-La de los topos, claro…

-Mmm… no entiendo eso…

-Que a lo mejor tú, siendo un topo y no sabiéndolo, pasas a ser la excepción que busca saber quién es para confirmar su especie…

-¿O sea que según tú yo soy algo así como el “mesías topo”…? –preguntó irónico.

-No lo digo para que te molestes, es solo que no tengo más respuestas que ofrecerte…

-Ni respuestas para ti tampoco, supongo…

-Pues no, supongo que no… -contesté, vaciando la segunda cerveza.

El topo entonces guardó silencio un rato, y se dio media vuelta, ocultándome el rostro.

Yo, mientras, aproveché que no estaba mirando y me tomé el poco de cerveza que le había vaciado en el cuenco.

-Es mejor que regrese –dijo entonces el topo.

-¿Vuelves donde los otros?

-Sí. Gracias por escucharme, al menos…

-Pero… ¿qué les vas a decir?

-¿A los otros?

-Sí…

-No sé… supongo que les diré que me encontré con Dios… no sé… quizá trate de inventar algo que les permita continuar viviendo y cavando, día a día…

-Pero y tú…

-¿Yo qué? –me dijo el topo, volteándose-. ¿Acaso te importa?

Entonces me fijé que el animalito estaba llorando, y que gruesas lágrimas caían de sus pequeños ojos, que seguían esforzándose por ver aquí afuera.

-Yo… -intenté decir, pero no pude.

Él, en cambio, levantó con seriedad una de sus patitas a modo de despedida y se metió nuevamente al hoyo, por donde había llegado, y luego desapareció.

Han pasado unas horas desde entonces.

Mis libros siguen aquí, en torno mío… y claro, aunque suene obvio y no sea un buen final, debo admitir que me abruma la vergüenza. Lo suficiente al menos como para sentirme un animal pequeño, ciego y sin lenguaje… y no querer adornar este escrito con una reflexión importante y vacía que no debiese pronunciar.

Me retiro, por lo tanto, en silencio.

Y guardo, con cuidado, la moraleja. Para no ensuciarla más.

2 comentarios:

  1. Comencé a leer con una sonrisa, luego a punto de terminar, casi me asoma una lágrima, pero me voy con una buena carga de ternura...

    Hasta cada rato.

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