miércoles, 6 de marzo de 2024

Esa cosa que no sabe cambiar.


La pregunta por la autonomía de lo vivo es tan vieja
como la pregunta por lo vivo”
H. M.

Llovió cuando menos lo esperaba.

Esto es, cuando ya llovía.

Me di cuenta porque entre las gotas de lluvia comenzaron a caer nuevas gotas.

Una lluvia nueva que primero se mezcló con la anterior y luego terminó reemplazándola.

O renovándola, más bien.


Es verdad, por cierto, aunque no crean.

Pequeños detalles permitían percibir estos cambios.

Leves variaciones en la temperatura del agua, en la densidad de las gotas o en la velocidad de la caída.

Una nueva lluvia, entonces, cuando menos se la esperaba.

Una lluvia necesaria, sin duda.

Un nuevo gesto de afecto que surge cuando otro se desgasta.


Lo extraño, sin embargo, es pensar qué ocurre si no nos damos cuenta.

Qué pasa si todo son ladrillos, simplemente, con los que construimos un cuarto que habitar.

¿Vale realmente la pena o es una construcción innecesaria?

Y, por último, ¿qué ocurre si no salimos nunca de ese cuarto que elegimos habitar?


Esas preguntas me hacía, justamente, cuando comenzó una nueva lluvia.

Ya caía otra por supuesto, desde antes, pero esta última la vino a reemplazar.

Imaginen dos pianistas, por ejemplo, que se ceden mutuamente la ejecución de una misma pieza.

Justo cuando menos lo esperabas.

Y caminas lento, entonces, hacia esa cosa del fondo, que no sabe cambiar.

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