miércoles, 13 de marzo de 2024

Algo envolvieron en la tela.


Algo envolvieron en la tela, pero no vi.

O vi, tal vez, pero no entendí de qué se trataba.

Dos cuerpos envolviendo algo en una tela.

Una tela que dio varias vueltas alrededor de aquello que envolvían.

Recuerdo haber pensado que era un desperdicio de material.

Aunque todo, prácticamente, es siempre un desperdicio de material.

Eso pensaba, mientras observaba.

La escena, por cierto, ocurría en un bosque.

No como el que imaginan cuando digo “bosque”, pero la idea general sirve.

Era un lugar tranquilo aunque a veces, por las noches, rondaba por el lugar una jauría de perros.

No acostumbraban atacar, pero intimidaban igualmente.

Solo por ser un puñado de perros, supongo.

Y por el tipo de dientes que asoman desde sus hocicos.

Tal vez fue por eso, pienso ahora, que decidí ir por el paquete envuelto en tela.

El paquete que dejaron sobre el suelo aquellos que lo envolvieron.

Decidí ir por él -decía-, para que no lo encontraran esos perros, al llegar la noche.

No había pensado siquiera qué hacer con él, pero supongo que quería resguardarlo de aquel daño.

Lo tomé entonces, con cuidado, como si tuviese dentro algo frágil.

Levanté el paquete y lo llevé hasta el lugar donde, por aquel tiempo, vivía.

Una vez ahí, sin proponérmelo, dejé de ver aquello como algo envuelto.

Me refiero a que veía ahora un solo cuerpo, con una piel de tela.

Y claro, yo tomé ese cuerpo y lo puse sobre la cama.

Luego lo observé.

Por último, me acosté a su lado.

A veces es simple, me dije.

Y el interior entonces dejó de importar, como en todos nosotros.

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