viernes, 29 de marzo de 2024

Dejar el refrigerador abierto.


Fue en verano cuando dejó el refrigerador abierto. Hacía un calor insoportable y sin mediar lógica alguna lo llevó hasta su pequeño cuarto y abrió la puerta blanca, para que enfriara el lugar. Sorprendentemente, la decisión parecía dar buenos frutos, pues le pareció que la temperatura bajaba un poco. Feliz y orgulloso de su decisión, se tendió entonces sobre la cama, consciente de la presencia del refrigerador, que vibraba y emitía una pequeña luz desde su interior, que también parecía helada.

Como el calor siguió en los siguientes días, él decidió dejar el refrigerador en su cuarto. De hecho, sacó todo lo que había en él hasta dejarlo totalmente vacío. Así, abierto en su cuarto como si fuese un portal, el refrigerador pasó a ser parte de aquel cuarto, donde seguía siendo necesario.

Él, en tanto, comenzó a pasar todo el día, frente a él. Observándolo absorto como si el electrodoméstico tuviese algo que decirle. A veces, él mismo tenía ganas de hablarle, de comentarle alguna cosa o de simplemente darle las gracias. Aunque por supuesto no lo hacía, pues temía que pensaran que se había vuelto loco o algo parecido.

-Te lo cuento a ti porque nunca juzgas -me dijo, cuando me lo contó-. Pero ahora ya es otoño y creo que lo dejaré ahí, simplemente, por alguna emergencia.

-Claro -dije yo-. Además está el asunto ese del cambio climático…

Mi naturalidad pareció dejarlo tranquilo. Alegre, incluso.

Tal vez por eso fue que se animó a contarme sobre el problema del hielo.

Sin embargo, apenas terminó de hablar, pareció avergonzarse y salió corriendo del lugar, excusándose.

Intenté decirle que no se fuera, que no era su culpa… que el hielo se comportaba así con todos.

Pero no quiso escucharme.

-Allá él -me dije-. Allá todos.

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