lunes, 25 de marzo de 2024

El recuerdo, por supuesto.


Mi tío que de niño cantaba mirando la pared.

Ese será el final del texto.

Antes el recuerdo, por supuesto.

El recuerdo de lo que vi, me refiero, no de lo que me contaron.

Mi tío mueblista, por ejemplo.

Mi tío cortando madera y pidiéndome que le ayude a armar algunas cosas.

Y claro, yo aprendiendo mientras intento no fallar.

Entonces -fallando, por supuesto-, el recuerdo viaja también por otros sitios.

Mi tío que era fuerte, sin duda; pero que de pronto parecía no serlo más.

Mi tío cargando cosas y luego pidiéndome ayuda para cargarlas.

Cambiando a ojos de todos, esta vez, pues era evidente al verlo.

Mi tío envejeciendo, a fin de cuentas.

Y envejeciendo solo, después, cuando lo debieron abandonar.

Y claro… llegan entonces los años en que uno mismo dejó de verlo.

Apenas un saludo, digamos, y poco más.

Luego la sorpresa simplemente al verlo más delgado.

La pena, incluso, en primera instancia.

Y la comprensión después.

Si es que hay, siempre es después.

Te ayudan un poco los otros cuando comienzan a hablar de él.

Y tristes, también, en parte, se permiten comparare cuando era niño.

Cuando también -aunque de otra forma-, era frágil.

Vergonzoso, pero haciendo igualmente algo para los otros.

Ochenta años atrás, la imagen, mientras los otros escuchaban.

Mi tío que de niño cantaba mirando la pared.

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