lunes, 11 de marzo de 2024

Campanas que no suenan.


En una iglesia pequeña, cerca de Curicó, tienen un par de campanas que no suenan.

Están en una especie de altillo, en la parte trasera de la iglesia, y según me explicaron, el problema con ellas se originó cuando fueron forjadas, por lo que no existe forma alguna de “arreglarlas” más allá de fundirlas y hacerlas nuevamente, desde cero.

Lamentablemente hacer eso hoy en día es algo demasiado caro y engorroso, por lo que las campanas permanecen ahí, simplemente, mientras muchas de las personas que habitan en el pueblo han olvidado incluso su existencia.

-De todas formas, cada cierto tiempo, hay alguna persona que se decide a tañerla -me dice el sacerdote-, e intentan retomar aquello durante un o dos semanas, hasta que se aburren del ruido sordo que sale de las campanas…

-¿Y usted los deja? -le pregunto.

-Sí -me dice-, los dejo. Además, una vez me explicaron que hacer sonar las campanas, y exponerse directamente a las primeras vibraciones que emiten, podía provocar diversos beneficios en el organismo… así que los dejo, como le decía, pues aunque no hubiese beneficios, tocarlas no le hace mal a nadie.

-Es cierto -admito.

Luego de esto, hablamos brevemente de otros temas relativos a unos conocidos en común. Nada muy importante, en realidad.

Por último, antes de despedirnos, me pregunto si quiero hacer sonar las campanas.

-Pero usted dijo que no suenan -le dije.

-Es solo una forma de decir -señala.

-Como las campanas que no suenan -comento.

Pasan unos segundos.

Nos estrechamos las manos y nos despedimos.

Yo pienso dónde ir.

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