miércoles, 16 de octubre de 2019

Soñar con un camello.


I.

Lleva varios días soñando con un camello.

No sabe por qué.

Recuerda el rostro del animal, principalmente, cuando despierta.

Los ojos.

El hocico.

El movimiento de la lengua.

No monta al animal, en el sueño.

Está cerca de él, pero no recuerda el porqué de la situación.

Tampoco recuerda el contexto.

Solo recuerda que está cerca del camello y que el animal la observa.

La mirada no refleja nada, según ella, ni comunica algo en especial.

Como si el animal ni siquiera la estuviera mirando necesariamente a ella.

Tal vez no sabe qué pedir, me dice, mientras me cuenta la situación.

O no necesita nada, simplemente.


II.

Como el sueño continúa ha comenzado a inquietarse.

El sueño es tranquilo y no resulta amenazante, pero la asusta la reiteración y el no poder soñar nada más.

Por eso, pide hora con un sicólogo y le comenta lo ocurrido.

Ya va poco más de un mes, le dice, todas las noches, el mismo camello.

¿Está segura que es el mismo camello?, le pregunta el sicólogo.

Ella duda, pero finalmente dice que sí, que no hay nada que le indique que sea uno distinto cada noche.

¿Y crees que eso es bueno?, le pregunta entonces el sicólogo.

Pero ella no contesta.

Y es que no sabe qué decirle.


III.

Una amiga le recomienda que le pregunte al camello por qué está ahí.

Ella lo hace en el sueño, esa misma noche.

Mientras el animal babea parece entregar una respuesta tajante.

Estoy aquí porque no estoy en ningún otro sitio, parece decirle.

O al menos eso es lo que ella me cuenta.


IV.

Para dejar de soñar con el camello, finalmente, ella hizo lo más simple.

Aquello fue dejarlo ahí, en el sueño, y dirigirse hacia otro lado.

Parecía algo básico, pero ella lo hizo y le funcionó sin problemas.

Sus sueños se hicieron variados nuevamente, aunque no olvida que hay un camello, esperándola, en algún sitio.

Un día voy a ir por él, me confesó hoy, mientras almorzábamos.

Pero solo cuando comprenda qué hacemos aquí, en medio de todo esto.

Yo la observé entonces, sin saber qué agregar, a sus palabras.

Ya es de noche, y todavía no sabría, qué agregar.

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