viernes, 25 de octubre de 2019

En la habitación vacía.


Saqué todo lo que había en la habitación. Muebles, ropas, libros, principalmente. Quería estar en un cuarto vacío. Las paredes estaban más limpias de lo que hubiese esperado. Blancas, todavía. Hay dos lámparas en el techo, es cierto. Dos pantallas colgantes, más bien, pero no me molestan. Son azules, lisas. Me gusta ese tono de azul. Dentro de cada una hay una pequeña ampolleta, pero apenas se alcanzan a ver. Hay dos ventanas, también, en la habitación. Están abiertas. Y sobre cada una de ellas una cortina que se enrolla -tienen otro nombre, por supuesto, pero ahora no recuerdo-, hecha con pequeñas varas de madera que dejan pasar la luz, sin problemas. Tampoco me molestan, por cierto. Aparte de eso, nada hay en la habitación. Nada salvo yo, por supuesto. Mientras observo, voy buscando el lugar perfecto para sentarme y estar tranquilo. Pruebo en varios sitios. En el centro de la habitación. Cerca de la puerta. Frente a una de las ventanas. Finalmente me siento apoyando mi espalda en una muralla, aunque voy moviéndome también, a medida que cambia la luz. Moverme así me agrada, como si fuese parte de un ciclo. Como parte de un reloj natural cuya hora exacta no interesa. Estoy tranquilo. Afuera de la habitación todo es un caos, pero no quiero pensar en eso. Hay muchas cosas en las que no quiero pensar. Supongo que también las saco de mí y me quedo un poco como mi habitación vacía. Respiro hondo mientras vuelvo a moverme. Esta vez buscando la luz. En poco rato más comenzará a oscurecer y tal vez tenga frío. Ahora, sin embargo, llega un poquito de sol. Lo recibo. En una de las ventanas se para un pájaro y observa la habitación, sin decidirse a entrar. Por un breve momento su mirada se fija en mí, y nos miramos directamente. No tenemos nada que decirnos.

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