lunes, 21 de octubre de 2019

Ese pastel no va a comerse solo.


Ese pastel no va a comerse solo.

Alguien dice esa frase, en algún sitio.

Yo escucho la voz, y busco.


En principio, no tengo claro qué busco.

Y es que no busco el origen de la voz.

El pastel, tal vez, es lo que busco.


Ese pastel no va a comerse solo, me digo.

Pero admito que no sé, realmente, qué es ese pastel.

Algo que no se come a sí mismo, es lo que es.


Tras no encontrarlo, sin embargo, comienzan las dudas.

Y es que tal vez, estimo, el pastel no está por alguna razón.

Y el comerse a sí mismo, es una más, de esas opciones.


¿Quedará algo, después de todo, si algo se come a sí mismo?

¿La boca que come, por ejemplo, o el tubo digestivo?

¿Puede devorarse entera la serpiente que se muerde la cola?


Una vez en el colegio hicimos un experimento parecido.

Aislamos un lugar y dejamos algo comestible.

Se comió a sí mismo, por supuesto, pero hubo restos, esa vez.


Tal vez es cuestión de tiempo, simplemente.

Después de todo, es malo apurar la digestión.

Los dientes desgarran la carne, sin importar quién sea el dueño.


Ese pastel no va a comerse solo, me dijeron una vez.

Y me mintieron esa vez, como tantas otras veces.

Después de todo, el pastel desaparece.


Y el corazón del mundo se contrae como un puño.

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