lunes, 28 de octubre de 2019

De lo que brilla en la tierra.


I.
De lo que brilla en la tierra, decía un personaje de Eurípides, nos mostramos ciegamente enamorados. Sea lo que sea, con tal que brille. Eso nos enamora y nos ciega, al mismo tiempo. Creo que en griego existe una única palabra para nombrar ambas sensaciones. No sé cuál es, sin embargo, esa palabra.

II.
Voy a suponer que es cierto. Que nos enamora y nos ciega lo que brilla acá en la tierra. Entonces buscaré razones. Escogeré dos, que por cierto no son mías:
1) Por desconocimiento de otra clase de vida, y
2) Por carecer de la prueba evidente de lo que sucede en el mundo de abajo y dejarnos llevar por los mitos.

III.
El fuego brilla, acá en la tierra. O la muerte de algo, más bien, bajo el fuego. No es transformación como dicen algunos. Y si lo es, es también muerte. Eso no lo hace menos valioso, por cierto. Tampoco debiese ahuyentar a nadie. Después de todo, vida y muerte hacen la misma combustión, aquí en la tierra. Ambas brillan, enamoran y ciegan, prácticamente de la misma forma.

IV.
Pocas cosas hay que brillen, en la tierra. Que brillen con luz propia, me refiero. Por lo mismo, doblemente ciego es aquel que se enamora de aquello que brilla simplemente por reflejo. Y añade desdicha a su ceguera aquel que no quiere conocer otra clase de vida. Por eso hoy, si soy sincero, leo a Eurípides. Porque su chispa me permite encender un fuego más puro. Y enamorarme, sin ceguera, de esa llama.

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