jueves, 10 de octubre de 2019

Armónica.


Aprendió a tocar la armónica gracias a un chino. O al menos eso me contó. El chino trabajaba como jardinero en la plaza que estaba cerca del lugar donde él vivía. Y fue ahí que, de vez en cuando, lo escuchaba tocar su armónica y producir unas extrañas melodías.

Se decidió a acercarse luego de varios meses de observarlo. El chino ya lo reconocía y hasta lo saludaba desde lejos, al verlo venir, con un gesto. Entusiasta, le pidió entonces a sus padres una armónica y luego de tenerla fue a pararse al lado del chino, hasta que este comenzó a enseñarle.

Posición de las manos, búsqueda de las notas, formas de pasar el aire por el instrumento para que el sonido fluyese de mejor forma… todo esto le enseñó el chino sin necesidad de usar palabras. Luego, cuando ya dominaba medianamente el uso del instrumento, le enseñó algunas de las melodías que conocía, y que al parecer eran todas de la zona en que había crecido.

El chino, sin embargo, dejó de ir a la plaza por ese entonces sin previo aviso. Días después, llegó a reemplazarlo un haitiano, que cumplía su misma función. Intentó entonces preguntarle por el chino, pero se dio cuenta que el nuevo encargado de la plaza tampoco entendía bien el español, y no se mostraba interesado un utilizar gestos. Así y todo, recuerda que intentó en variadas ocasiones insistirle, pero aquel hombre definitivamente no quiso –o no supo-, entregar información alguna, sobre el hombre chino.

Fue así que, con el tiempo, -y la poca que certeza que suele instalarse en algunos recuerdos- llegó incluso a dudar de la existencia de aquel chino, y barajó incluso la posibilidad de haber aprendido en soledad a tocar el instrumento, y hasta haber creado, de esa misma forma, esas extrañas melodías. Era algo normal, después de todo, le dijo una vez a un doctor al que le había hablado de sus impresiones. Y le podía suceder a cualquiera si hurgaba demasiado en la memoria.

Yo mismo, le dije una vez en que lo vi muy angustiado por aquello, a veces hurgo en mis recuerdos y supongo que altero y hasta invento situaciones que luego, independientes ya, se complican ellas mismas y alteran también sus propios recuerdos, hasta el punto de obligarme a revelarles su verdadera naturaleza, finalmente, para que se tranquilicen.

Entonces él, por supuesto, no insiste ya en hablar de sus sensaciones, y se limita a tocar la armónica, de vez en cuando, saludando siempre, desde la distancia.

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