domingo, 10 de febrero de 2019

Soñé que hablaba con Woody Allen.


Soñé que hablaba con Woody Allen.

O más bien, soñé que hablaba en serio con Woody Allen.

Es decir, no con el Woody que intenta bromear o decir algo ingenioso cada ciertos minutos, sino con uno más honesto.

Un Woody capaz de decir las mismas verdades, pero con el peso específico que conllevan esas verdades.

De hecho, el tono y hasta la apariencia de ese Woody iba revelándose cada vez más trágico.

Amargo hasta el extremo de quedarse en silencio en medio de una conversación y no moverse en lo más mínimo.

-Una vez cuando niño, casi me ahogo -me contó en un momento-. Intentaba hacer señas a la orilla y todos pensaban que estaba jugando. Luego yo también lo pensé y hasta de cierta forma me divertí, mientras me ahogaba. Luego sopló un viento que formó grandes olas y estas me devolvieron a la orilla. Una mierda de viento. Yo creo que me llevó a la orilla equivocada.

Recuerdo que en el sueño. la forma de hablar de Woody era lo que más me llamaba la atención. Lenta, pesada... no se parecía en lo absoluto a la voz con que lo asociaba, aunque de cierta forma sus palabras bien podrían haber sido dichas por el Woody de mi memoria.

Así, tras una primera parte del sueño en que logramos hablar de algunos temas, la conversación pareció acabarse prontamente.

Y es que tal vez lo que debía ser dicho se dijo de inmediato y luego ya no era necesario fingir.

Recuerdo que hacia el final, antes de despertar, me llamó la atención la extrema inmovilidad de Woody. Estaba sentado sobre el suelo, en una posición extraña y aparentemente incómoda, y no se movía en lo más mínimo. Como si todo en él fuese gravedad. Peso.

-Parezco liviano, pero no podrías moverme -fue lo último que dijo, adivinando mi observación-. Hoy estoy aquí y tú no podrías moverme. Hoy me tocó ser el tapón del mundo. Si me muevo un poco verás el vacío. Y si ves el vacío no despiertas.

Y claro, obviamente no lo moví y desperté. Y luego escribí este texto.

Menos mal que no soñé con Bergman.

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