martes, 5 de febrero de 2019

Cereales.


I.

De pequeño no comí cereales.

No de esos en caja, al menos, que vendían en los supermercados.

Era cuestión de dinero, por supuesto, aunque tampoco me gustaban mayormente.

Los probé en casa de familiares y no les encontré mayor gracia.

Sin embargo, me gustaban las pequeñas figuras que venían en las cajas.

Un primo, recuerdo, tenía una colección, con la que apenas jugaba.

Pensé en robársela, lo confieso, aunque luego desistí de esa idea.

Opté, en cambio, por robar las figuras directamente en el supermercado.


II.

Fui a escondidas varias veces, con relativo éxito.

Subía las cajas a un carro fingiendo que miraba una lista, luego las abría y sacaba la figura, y finalmente abandonaba el carro.

Sin embargo, me detuvieron finalmente, a poco de terminar la colección.

Un guardia me tomó de las muñecas, me llevó hasta un cuarto y llamó a los carabineros.

Cuando llegaron vieron la pequeña figura de plástico y observaron el daño en una de mis muñecas.

Por lo mismo, finalmente me dejaron libre, sin dar cuenta a mis padres de la situación.


III.

Cuando voy al supermercado siempre recuerdo lo sucedido al pasar junto a los cereales.

Aunque ahora prohíben los juguetes en las cajas de cereal.

Creo que tiene que ver con el azúcar que contienen dichos alimentos.

Por otro lado, creo que a los niños ya no le hacen gracias aquellas figuras.

Ojalá se deba a que hoy día les enseñen -si es que alguien sabe-, dónde se encuentra la verdadera felicidad.

Me gusta pensar eso, por lo menos, aunque algo me dice que no es cierto.

Mejor no darle vueltas a ese asunto.

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